Con las manos manchadas de sangre
Por norma general, desconfío de las narraciones en presente. César Aira, quien sin embargo también las usa, las acusa de reproducir un modo de consumo propio de las nuevas generaciones. Todo tiene que ser ahora, rápido, inmediato. Parcialmente estoy de acuerdo, pero no soy tan apocalíptico. Mi problema, con los usos “irresponsables” del presente, es que, partiendo de que todos los cuentos comienzan, al fin y al cabo, con una variación del “había una vez”, y de que todos los lectores tenemos, sin saberlo, esa fórmula como parámetro, pienso que cualquier desviación es un obstáculo y, como tal, debe estar justificado. La literatura complicada por hobby, sin compromiso con el texto, me parece aburrida. Entonces, por ejemplo, el presente es una transgresión necesaria cuando en el relato se confrontan dos tiempos. Un tiempo cero, presente, y un pasado. Hay una exigencia en las normas del propio texto que obligan, no al “autor”, sino al lenguaje, a usar el presente. Un caso que me parece ejemplar es el de “Salsa Carina”, un cuento de Claudia Piñeiro sobre el cual, sin embargo, no se puede decir que la presentación en presente sea lo único complicado.
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